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La muerte desde la multiculturalidad

~Día de Muertos en Los Ángeles~


Nunca había imaginado que mi día comenzaría en compañía de mi mejor amiga y de los que una vez fueron seres queridos en los años 1,800.


“Que sensación más extraña” pensé, mientras me sentaba en el pasillo de ataúdes más antiguo del popular cementerio de Hollywood, llamado Hollywood Forever Cemetery.


Mi amiga trabajaba en el evento conocido como el Día De Los Muertos que se celebró en este famoso cementerio el día 30 de Octubre, aunque la fecha oficial es el 1 de Noviembre. Fui con ella para acompañarla y vivir una experiencia nueva de la mano de mi mexicana favorita.


Llegamos al cementerio muy temprano, cuando los artistas y organizadores todavía estaban montando sus puestos. Mi amiga estaba al cargo de ultimar los detalles de una exposición situada en la parte más antigua del cementerio. Me pareció ver que era la única parte cubierta, un Mausoleo en el que quizás ya casi nadie se acerca.


Estábamos en un pasillo infinito de lápidas de mármol blancas con aguas grisáceas cuando me di cuenta de que era la única parte del cementerio en la que no había ni una sola flor. Enseguida le pregunté a mi amiga; “Por qué esta parte se ve así?”. Ella me respondió “fijate en los años”, dijo apuntando a las lápidas, “estas personas ya hace mucho tiempo que yacen aquí”.


Mientras poníamos en el suelo filas de las flores anaranjadas llamadas cempasúchil, mi amiga me iba contando un sin fin de detalles sobre esta tradición y su historia.


Yo, al igual que muchas personas, no crecí en un sistema educativo donde se hablara de la muerte de manera natural, sino que directamente no se hablaba mucho de ella.


Personalmente, siempre he huido de los cementerios. Hacía muchos años que no pisaba uno por lo que mi mente estaba algo ansiosa pero cuando dejé de alimentar mis propias creencias, tuve una sensación de tranquilidad. Sentí como un permiso intangible para estar allí en ese momento.


Cuando terminamos de colocar las flores y los carteles de la exposición, nos sentamos en aquel suelo pálido y frío de mármol, y nos quedamos en silencio unos minutos entre aquella quietud extraña.


La exposición estaba lista y llegó la hora de adentramos donde ocurrían las festividades. Veinticinco hectáreas al aire libre de música, color, comida y alegría.


Desde que me mudé a Los Ángeles ya había celebrado el día de los muertos en otras ocasiones pintado calaveras o participando en ofrendas, pero nunca antes lo había experimentado así. Tan real. Nunca en un cementerio, ni con el ambiente que allí se respiraba.


Esa expresión y dicotomía entre la vida y la muerte, a mi sorpresa, me pareció algo precioso. Qué bonito dedicar una fecha señalada en la que todo el mundo se pone de acuerdo para celebrar al mismo tiempo y por todo lo alto, ese reencuentro entre dos mundos y esos recuerdos.


De alguna manera de repente, parece como que la muerte se transforma y pasa a ser parte de la vida, y ya no da tanto miedo pensarla. Como dice mi amiga “Esta noche todos estamos vivos, y todos estamos muertos. Ambos comemos, bailamos y gozamos juntos


Mientras caminaba y observaba todo a mi alrededor tratando de procesar tanta información, el sonido fuerte del tambor me congelaba el pensamiento y solo podía sentir en mi estómago las vibraciones del instrumento al ritmo de la danza indígena.


Se mezclaban el estruendo del tambor con las sacudidas de los ayoyotes, y las conversaciones alegres de la gente con la música mexicana. Nunca imaginarías que todo esto estuviera ocurriendo en un cementerio.


En algunas culturas esto sería impensable y se vería como una falta de respeto, ya que se atribuye “el silencio” al “ser respetuoso”. Pero pienso que eso es una atribución social, como muchas otras con las que crecimos, cada uno según donde haya crecido.


Lo que está claro, es que cuanto más sepamos de “los demás”, de personas que son distintas a nosotros, que han crecido en un sistema social y educativo completamente diferente al nuestro, más ricos seremos. Ricos de ser y ricos de pensamiento.


Desde que vivo en el extranjero, mis círculos se han convertido en mezclas internacionales en las que el aprendizaje es diario y las maneras de ver la vida son infinitas.


La belleza de la multiculturalidad hoy me enseñó la belleza de la muerte. Le agradezco a mi gran amiga y hermana por mostrarme otra experiencia más, y que ahora también puedo compartir con los demás.


Gracias.





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